Dono generosamente, pero a cambio de…

Dono generosamente, pero a cambio de…

Donan camiones de alimentos y agua y se toman fotos repartiendo los productos a los damnificados por el terremoto. Mañana, esas imágenes seguirán en la mente de los electores que creerán que aquel “desinteresado” personaje hizo lo que hizo por total altruismo, sin querer recibir nada a cambio, excepto tal vez, nuestro voto.

Donan carpas, equipos de tecnología, arman campamentos, atienden a enfermos, ayudan a los necesitados; eso sí, sin olvidar de tener puestas las camisetas con enormes logos de las empresas que, poco más tarde, suben las fotografías exponiendo su generosidad. La empresa tal hizo esto, la companía cual ayudó acá, la corporación ni se qué donó esto otro. Insisto, los logos, las marcas, los slogans resaltan en las propias cuentas de redes sociales confundiendo triste y macabramente la solidaridad con el marketing.

Otros iguales o peores, donan en nombre suyo y de los suyos, lo que otros entregaron de corazón. Hay algunos que amenzan a los dolidos, otros que minimizan las muestras de solidaridad y confunden el momento en su permanente intento de mantener una sociedad dividida en estos temas y que creíamos que estaba totalmente quebrada hasta los cimientos, pero que demostró que tiene bien sólidos sus principios, que sabe diferenciar lo verdaderamente importante de lo casual o circunstancial. Que sabe que el amor a su país y a su gente no pasa por banderas políticas, líderes, presidentes, alcaldes o prefectos, ni regiones, ni razas. Cuando hubo que ayudar, las muestras fueron conmovedoras y dignas de la admiración mundial.

Y en nuestro fútbol lamentablemente también hubo de esto, lo que queremos olvidar del terremoto. A recordarlo siempre para ser mejores, para no comer cuentos, para mostrar a nuestros hijos por dónde es el camino y por dónde no es.

En medio de las circunstancias, dos equipos solicitaron a la FEF que se les levanten sanciones en sus estadios, en los que no podían actuar de locales tras sendos actos violentos, tanto en Machala o Guayaquil. Las dirigencias ofrecieron parte de las taquillas como donaciones para los afectados por el terremoto. Un ofrecimiento que a nuestro criterio tiene poco de generoso. Bien podrían haber donado la taquilla de los partidos que debían jugar en cualquier estadio del país. Más aún Barcelona, que sus hinchas afirman con orgullo es el Ídolo del Ecuador, que según se ufanan, es capaz de llenar estadios en todo el territorio ecuatoriano. Si esto era tal, no necesitaba quedarse en su casa para generar una buena taquilla en favor de quienes hoy necesitan tanto. Si la generosidad y la solidaridad eran los objetivos, por qué pedir el cambio de la sanción tras los muy graves incidentes que se vivieron en el Monumental, donde un juez de línea fue agredido con un botellazo que hirió su brazo.

¿Acaso el destierro de la violencia de nuestros estadios no es una prioridad? ¿Acaso nuestro fútbol no se rige por un reglamento claro que tipifica estos hechos en su instrumento de penas? ¿Estamos dispuestos a dejar una ventana abierta para que cada vez que algo suceda en nuestros estadios, nuestros dirigentes (muchos de ellos poco o nada preparados y poco o nada conscientes de cómo enrumbar nuestro fútbol) tengan un precendente por medio del cual puedan solicitar que se bajen o se retiren penas y sanciones?

¿Qué tribunal juzgará estos pedidos? ¿Este tribunal estará dispuesto a recibir pedidos con razón y otros sin sentido alguno? Y peor aún, llegado el momento, ¿qué criterio van a usar para levantar una sanción, mantener otra o disminuirla: el efecto mediático, la “solidaridad” de la propuesta, la camiseta que se usa, la región de donde se pide, la conveniencia de terceros?

Nuestro fútbol se ha metido en un callejón sin salida, donde los únicos beneficiados serán los violentos y por lo tanto, los más perjudicados serán los mismos clubes cuando la afición decida seguir retirándose de las gradas donde no se sienten cómodos ni seguros, entre otras cosas, por que esos mismos dirigentes son capaces de burlar el reglamento y minimizar los actos violentos aún cuando su voluntad no sea aquella.

Conocemos a José Francisco Cevallos, creemos en su buena fe, estamos concientes de su gran capacidad demostrada primero en las canchas, luego en el Ministerio del Deporte y hoy a la cabeza de Barcelona. Y así como hemos exaltado sus excelentes actuaciones en cualquiera de estos campos, con el mismo respeto y la misma consideración debemos decirlo, frontalmente, que este es un grave error, del cual tal vez no tenga plena conciencia en su válido afán por defender los colores de la institución que tanto ama. Es un error de forma y de fondo. Queriendo mejorar la imagen de Barcelona como club solidario, a muchos que vemos el asunto sin tener puesta la camiseta amarilla, nos ha dejado las sensaciones aquí descritas: aprovechar las circunstancias para beneficio propio.

Si la solidaridad era el objetivo y se planificaba hacerlo de forma altruista, Barcelona hubiera podido donar un porcentaje de la taquilla del Clásico del Astillero que se debe jugar en pocos días. En este punto, debemos resaltar la actitud de Independiente del Valle con quien sostengo varias diferencias de múltiples ámbitos de su manejo, pero que en esta ocasión actuó con sincera generosidad: donará el 100% de la mejor taquilla que recibirá en su historia y en la mejor posición que jamás alcanzó en el fútbol continental. Jugará con River Plate de Argentina por octavos de final de Copa Libertadores, partido en el que se debería recaudar más de 100 mil dólares.

Si la idea de Barcelona era la beneficiencia, insistimos, no había nada que pedir a cambio, simplemente hacerlo, sin violentar reglamentos. O acaso los miles de ecuatorianos que -teniendo poco o mucho- pidieron algo a cambio antes de volcarse a tiendas y supermercados para comprar comida y agua para sus hermanos? Las miles de toneladas de ayuda que se recolectaron en Quito, Guayaquil, Cuenca y otras tantas ciudades del país, ¿deben ser retribuídas de alguna manera?

No, el ecuatoriano común donó sin pedir nada a cambio, con verdadero corazón generoso, con genuina e incondicional solidaridad, tratando de mitigar el dolor de sus hermanos sin esperar una retribución. El pueblo ecuatoriano, el común (no el de los mitines, no el que pide votos, no el que vende una marca, no el que pide indultos) se pronunció definitivamente y sacó a lucir lo mejor de sí, dejando un alto contraste con las actitudes de quienes uno más espera.

 

Por: Patricio Javier Díaz

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