Que REVIVA Quito

Que REVIVA Quito

¿Qué nos ha pasado quiteñas y quiteños? Somos todos culpables de una etapa oscura y hay que decirlo, “avergonzante” de esta, nuestra ciudad: líder, pionera, protagonista y rebelde de otros años cuando nuestros abuelos construyeron una identidad que yo creía estaba bien afirmada en nuestra memoria colectiva al punto de haberse impregnado en nuestros genes.

El quiteño y la quiteña de hoy es tan diferente al de antes. Somos. El caballero que cedía el puesto a una dama ahora se hace el dormido. La mujer de finos procederes hoy insulta a grito vivo con un vocabulario no antes visto. Los niños no saludan, los jóvenes no respetan y los adultos pasamos enojados y estresados entre la crisis económica, el tráfico cada vez más desesperante y el miedo a levantar la voz, a recorrer calles en una manifestación.

 

Nos han ganado. Hay que admitirlo. Hemos sufrido una derrota muy grave, estamos heridos de muerte. Debemos reconocerlo. Debemos vernos acostados en una cama a punto de morir, casi inevitablemente destinados a desaparecer, a que desaparezcan los ideales que vivían nítidos en las mentes de nuestros viejos. Esos viejos que ya han muerto, pero que a esta altura será preferible llorar nosotros por su ausencia, que verlos a ellos llorar de vergüenza por nuestra actitud cobarde, escondidos tras los pretextos, justificados en los miedos, resignados a la suerte que nos labran desde afuera, o desde adentro pero gente ajena, conformes con nuestra realidad, o tal vez inconformes de boca para afuera, luchando en redes sociales el lugar de hacer algo realmente importante.

 

Estamos heridos de muerte, aceptémoslo. Sólo así podremos buscar esa solución milagrosa, ese último medicamento que lo tomamos con fe pensando, creyendo, convencidos, aferrados a una vida que cada día se parece menos a lo que éramos.

 

Hemos perdido espacio a todo nivel. Recuerdo que con orgullo, nuestra ciudad, su Municipio, fue modelo a seguir por varias ciudades del País y del Mundo. Aquella ciudad próspera, ordenada, limpia del pasado, ha quedado en la memoria.

 

Los canales de televisión, en su gran mayoría, no tienen sede en Quito, obligándonos a ver noticias y programas de entretenimiento con un enfoque llegado desde Guayaquil. Ni mejor, ni peor, pero opiniones, costumbres, modismos, vocabulario, formatos y personajes que no son nuestros, que están alejados de nuestra forma de ser, de hablar, de pensar. Los deportes los vemos con comentaristas de una sola visión, igual que las noticias, los programas de opinión (si aún queda alguno), los de entretenimiento, los realities, los comerciales. Todo llega desde afuera. Hasta la crónica roja, porque estamos más enterados de los muertos en el Guasmo, que de los del Comité del Pueblo.

 

No quiero referirme demasiado al momento electoral que viviremos en pocos meses, pero pregunto: ¿Quito tiene un líder representativo entre los candidatos a la Presidencia de la República? ¿Alguno de los ciudadanos ha logrado o logrará recoger el apoyo de los quiteños y quiteñas alrededor de su defensa por la ciudad, de los ideales que son más comunes entre los que vivimos a pies del Pichincha? ¡No!

 

Hemos permitido que nos cambien el Himno de la Ciudad, que nos cambien la manera de festejar a nuestra Quito en su Fundación. Hemos permitido que se apropien de calles, plazas y monumentos que son de nuestra ciudad y que otros creen que son solo símbolos de poder y popularidad. La Plaza Grande es mía y de todos los quiteños: es nuestra, no de nadie más. O mejor dicho, no de nadie en particular.

 

Hemos sucumbido quiteños y quiteñas. Llegaron a nuestra ciudad desde el norte, desde el sur, del este y el oeste. Nos enriquecieron con sus costumbres, con su deliciosa comida, con su agraciada forma de ser y con gente muy valiosa. Pero nosotros nos quedamos en el recuerdo, nos dejamos envolver y hemos perdido. Los quiteños hemos perdido.

 

No pidamos a un carchense que defienda a Quito como lo deberíamos hacer nosotros. Ni que un machaleño irradie el orgullo por nuestras tradiciones. Peor a un cubano o a un haitiano recientemente llegados. Ese es nuestro deber, era nuestra obligación y hemos fallado.

 

Más de una cosa aquí descrita, usted ya lo sabía. No he descubierto nada y espero no haber ofendido a nadie. Solo he expuesto una realidad que a mí me tiene molesto, triste, preocupado y avergonzado. Estamos en plenas fiestas de Quito y ya se escuchan por las calles el alegre: ¡Que Viva Quito!. Toda mi vida respondí con un: ¡Que Viva!, lleno de orgullo y emoción.

 

Hoy me quedaré callado, o en el mejor de los casos, lo diré entre dientes y mirando al piso. Esta no es vida para mi ciudad, esta no es la ciudad que me enseñaron a querer mis padres, la que heredé de mis abuelos, aunque ninguno de ellos haya nacido aquí, pero que llegaron hace 80 años para adherirse a las costumbres de esta ciudad, las que hicieron propias y por lo tanto, que hicieron y ahora son mías.

 

¿Que Viva Quito? Si, pero no así: aletargada, entristecida, silenciada, acobardada, escondida, resignada, expropiada, enajenada.

 

¡Que REVIVA Quito! Ese será mi grito de hoy en adelante, voz en cuello, negándome a dejar morir lo que me enseñaron a querer y que no dejaré de amar nunca: un ideal, un barrio gigante, unas montañas frías y unas iglesias que aún recuerdan las banderas de Espejo: “al amparo de la cruz, sed libres”. Un balcón donde aún se recuerda al veterano gobernate decir. “Ni un paso atrás”, justo frente al Palacio donde un Alcalde se paró firme ante el autoritarismo y dijo: “Con Quito no se juega” porque por entonces, todos sabían que: “Quito no se ahueva, carajo”.

 

Entonces, quiteños y quiteñas: Hagamos algofff, o ¿vamos a esperar que “nos den haciendo”?

 

¡Que REVIVA Quito!….

 

Y ustedes, ¿qué contestan?

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